domingo, 8 de abril de 2012

Los locos se tiran al lago



-Un manchado, por favor.

El camarero se dio la vuelta como si no lo hubiese escuchado. Cogió con destreza el mango de la cafetera, presionó dos botones y la puso en marcha. El traqueteo de la máquina inundó la barra. 

Okazaki buscó el periódico de hoy. No estaba en el rincón, así que echó un vistazo por las mesas. Lo estaba leyendo un hombre muy mayor que iba en silla de ruedas. Tenía el pelo blanco y rostro tostado y sin expresión. Pasaba una hoja por cada sorbo que daba a su americano.

Se volvió para abrir el sobre de azúcar y echárselo a su café, que ya estaba servido. Lo agitó un poco con la cucharilla y le dio un trago. Escuchaba a medias la conversación que tenían las dos parejas mayores que siempre se sentaban en la mesa junto a la puerta de cristal (desde luego, la cristalera fue todo un acierto cuando se reformó la cafetería; un sábado por la mañana bien iluminado alegraba a cualquiera). 

“¿Has leído la noticia de la primera página?” “¡Sí! Horrendo, ¿verdad?” “Lo encontraron aquí al lado, ¿no?” “El equipo forense no conoce todavía el motivo de la…” “Sí, ese pantano está muy cerca” “Coges la carretera que va para… y en unos veinte minutos estás allí”.

Entonces el anciano se alejó de su mesa con periódico en mano, se lo tendió y se marchó.
Extendió el periódico de una leve sacudida y miró aquella noticia en primera página:

“SE ENCUENTRA CADÁVER EN UN LAGO. Unos niños hallan un cadáver que flotaba en la superficie del lago. Se estima que la víctima es un hombre de entre treinta y cuarenta años que…”

Y debajo del titular, la foto del cuerpo en  descomposición a medio sacar de las aguas frondosas.

Sí, coincidía con la mujer en que era un poco desagradable, pero hojeó el periódico como cualquier sábado por la mañana.

Una vez en su casa, sacó la cartera del bolsillo izquierdo, y las llaves del derecho, y lo dejó sobre el recibidor. Se quitó la gabardina beige, la dejó sobre un sillón y se sentó en el otro.

Eran ya las cinco y la casa seguía con las cortinas echada. Se levantó y del mueble-bar sacó la botella de whisky. Tras la compuerta de cristal estaban aquellos vasos robustos con el culo de entrantes y  salientes en forma de triángulos.

Se acordó de esta mañana en la cafetería. En su momento no reparó en la noticia del hombre muerto en el estero. Pero ahora en su sombrío y silencioso apartamento, Okazaki reflexionó. 

“Seguramente un asesinato, como los de las series americanas. El pobre diablo se vería tan apurado que la única solución que vio fue deshacerse de él tirándolo al pantano.”

-¡Jum! –Rió mojándose los labios del fuerte licor.

“O quizás era un infeliz, que no soportaba vivir más…pero, es difícil tirarte a un lago para suicidarte por muy tarado que estés…”

Dejó el vaso sobre la mesita. Se llevó la mano a la barbilla, apoyando la cabeza. Y siguió pensando.
“Olamejor ese tío estaba mal de la cabeza… y se tiró por tirarse. Ya se sabe lo absurdo que pueden llegar a ser las personas que no están cuerdas. ¿Y no había nadie que lo vigilara? No, ese tipo de gente vive sola, en alguna guarida refunfuñando”. 

“¿Los locos saben que están locos?”

“Harto de la vida, ¿Cómo puede ser? Vivir es hermoso, como una mariposa que bate sus alas. Si acaso, harto de los demás.”

“A ver, si yo estuviese loco, ¿me daría cuenta? Si sí lo estuviese, lo sabría al compararme con la mayoría. Pero, ¿y si son ellos los dementes? No, no puede ser, la mayoría es la gente normal.”

“¿Por qué un lago y no ahorcarse o tirarse desde un décimo piso o volarse la cabeza?”

Okazaki siguió pensando en sueños.

Cuando a la mañana siguiente se despertó volvió a la cafetería de ayer a pesar de que no era sábado. Los comentarista sesenta ñeros no tomaban sus tostadas, pero el canoso anciano bebía su café. 

Okazaki se sentó con él, se arrimó y le susurró:

-¿Sabías que los locos verdaderos se tiran a los lagos? Prefieren morir ahogados (muerte que, por cierto, es la más hermosa) en el anonimato a procurarse un dolor físico. El morbo de esta última llama a la gente, los “normis”, los “no locos”. ¡Bendita curiosidad!, exclaman sus ojos. Y los dementes rabian al verlos. Yo observo un odio mutuo, ¿podría ser? No estoy seguro. Pero no nos desviemos del tema. Los locos se tiran a los lagos porque les atrae el verdor del agua una vez sumergidos. Y miran hacia arriba, hacia los rayos de sol que se cuelan, dándote la despedida.

El hombre, que sólo quería ojear el periódico, asintió.

Al sábado siguiente, por la puerta de cristal entró una mujer elegante ataviada con un bombín y un abrigo del mismo rojo oscuro y con zapatos de charol. Con aire vivaz y risueño  ocupó un taburete.

-Un cappuccino, por favor. –Pidió la señora levantando la vista del periódico.- Escuche: “Ha sido encontrado otro hombre en el lago. Los forenses alegaron que el cadáver lleva cuatro días en el agua. La sospechosa cercanía de las fechas entre éste y el otro cadáver y el gran parecido de los casos, han llevado a hacer pensar que se trata de homicidios planeados de antemano y  que la persona detrás de ellos es la misma.” –Leyó la dama con perfecta entonación. El camarero se vuelve, limpia un poco el mármol gris con el trapo y le sirve el cappuccino.- ¿No le parece extravagante? ¡Un asesino en este pequeño pueblo!

-¿Y por qué no? Locos hay en todos los sitios.

 (Takato Yamamoto)