jueves, 23 de enero de 2014

Cómo el samurai cruzó el lago y llegó a los espejos malditos (Shiro kasama I)



“El camino te lo mostrarán las piedras”. Ese era el mensaje del mago que Nerine había encontrado en el interior de la roca porosa. Tan misterioso como siempre, aquel maldito mago lo veía todo desde su nube sin tomar parte de nada. Ya se ocuparía de salvar a todos los aldeanos  Nerine, su ficha de damas. El guerrero intentaba no romperse la cabeza en intentar descifrar la frasecita durante el camino, puesto que hasta que no llegara el momento, no tendría sentido aunque la leyera del derecho o del revés. ¡Maldita sea su estampa! ¡Siempre dos pasos por delante del kasama!


Nerine, el kasama Shiro ("soste aka"), debía destruir los espejos malditos de Fondo Laguna la Negra. El señor de Fondo Laguna la Blanca le daría treinta monedas de recompensa si volvía con la gema carmesí. Nerine, con una mano metida dentro del kimono a la altura del pecho, emprendió el viaje. A pie, como siempre.


Cuando llegó a Fondo Laguna, se encontró con que un gran lago rodeaba toda la colina. El kasama se acercó a la orilla, donde crecían muchísimos juncos de colores anaranjados. Se echó el pelo hacia atrás y observó el agua. Algo blanqueaba en el fondo… Nerine entrecerró los ojos, concentrado, intentando penetrarla… ¿Orphias? ¿Aquellas extrañas flores pálidas subacuáticas en forma de bollo? ¿Calaveras? ¿Eran calaveras? Sí, y había cientos, semienterradas. 


Sacó del bolsillo el mensaje del mago y lo releyó. Sólo avistó hierba y unos pocos árboles. Ni una sola piedra.


El kasama volvió por donde había venido hasta salir del lago. Allí sí había piedras y cogió todas las que le cabían en los brazos. Otra vez en la orilla del lago, las dejó caer al suelo, quedándose con una en la mano. La sopesó mirándola. No era una piedra fea. Era rosada, con motitas de color crema. Se acordó de un renombrado filósofo religioso que había estudiado en su pueblo de origen, Camaro.  Según él, las piedras se situaban más arriba o más abajo, más a la derecha o más a la izquierda para subsistir, “la posición estratégica de la piedras”. La lanzó pensando qué raíz habría masticado ese sabio para escribir esas chorradas. Ahí se hundió y ahí quedaría perdida para siempre en el lago negro. Recogió tres más y las tiró al agua. Esta vez, cuando Nerine iba a agacharse de nuevo, se dio cuenta de algo inaudito: una de las tres piedras no se había hundido, estaba flotando. Corriendo, lanzó más piedras a donde esa descansaba. Tampoco se hundían. Las tiró más allá y contempló cómo se formaba un sendero en la superficie del agua. Nerine dio un paso dentro de agua… más bien era “sobre” ella, porque su pie no se hundió. 

Toda la colina  aguantaba la respiración: el guerrero no oía a los animales del bosque ni el viento removía sus largos cabellos blancos. Aquella zona estaba muerta y pudrida. Sabía que la tierra bajo aquella hierba extraña era púrpura y sólo era regada con la sangre de cualquier ser vivo que se perdía allí. ¿Qué esperaba acaso de la zona negra de la región del oeste? Siempre viajando, pasando por distintos terrenos de todos los colores y todos lo olores. Aquella olía a moho. Hasta el agua había perdido su brillo y se mostraba más bien opaca. 

En el centro del lago descansaba un islote. El suelo no era muy estable y en poco tiempo se le hundían los pies en el barro. Se dió prisa en explorar y encontró un matorral que escodía un agujero. Saltó dentro. Al incorporarse del aterrizaje, primero le azotó el hedor... después la confusión.

Era una cueva... no, era más que eso... era una cueva dentro de un agujero. Había una drusa más alta que él adornando la pared del fondo. Se acercó a ella con cautela. Ya había tenido malas experiencias con todo tipo de minerales y cristales hechizados. Y éste no parecía una excepción. Posó la mano sobre él y el cristal se iluminó. Los ojos del guardían reflejaron la mágica luz: si hubieses estado allí podrías haber visto todo el universo en sus ojos. Tanto los tiempos pasados como los futuros. Entonces se dió cuenta de que su mano lo ataravesaba poco a poco hasta palpar el húmedo ambiente del otro lado. 

Lo cruzó y se encontró en una distancia llena de espejos. Dió varias vueltas y comprobó que efectivamente se reflejaba en todos ellos... excepto que... excepto que en uno de ellos su reflejo lo observaba quieto... como una leona acecha en la sabana... Su reflejo desefundó su espada y avanzó. El pie que salió del espejo era negro como el tizón... Era un ser de sombras, sin rostro. 

Nerine sacó también su espada dispuesto a luchar. Atravesó fácilmente al negro ser y le hizo un tajo a todo lo largo. Su copia de sombras desapareció. 

Dió una vuelta por todos los espejos para comprobar que los múltiples reflejos se movían a su ritmo. Ahora encontró otra diferencia: en una de la imágenes sus ojos eran rojos en vez de grises. Golpeó el espejo con la empuñadura de la katana. Los miles de pedazos cayeron a sus pies. 

Detrás del espejo sólo había roca... además de una preciosa gema carmesía incrustada. Rascó la roca con las manos alrededor de la joya y la sacó. Ya tenía lo que había venido a buscar. Rompió el resto de los critales y se marchó.

En la corte del señor de Fondo Laguna la Blanca había mucho revuelo. El gran noble de Fondo Laguna la Negra estaba allí protestando por qué había mandado su aldea vecina un kasama a alterar la paz de su gente.

-¿Pero qué gente? Si sólo hay hongos y cuerpos putrefactos en vuestras tierras. Márchate, sólo lo he contratado para que me trajera un capricho... - respondía el señor de la Laguna Blanca con socarronería. - ¡Ahí está! ¡Oh, valeroso sabio y señor de las katanas! ¿Acaso traes el objeto de mis sueños? 

Nerine dejó caer en la alfombra la gema. Y extendió la mano sin mediar palabra. El primer servidor del señor Blanco depositó en ella un pequeño saquito con las monedas.

-Noble señor Blanco, aquí sólo hay ventiocho monedas, ¿usted de verdad creía que no notaría la diferencia entre los pesos de ventiocho y treinta monedas? He hecho muchos encargos para nobles como usted...

El siervo depositó las dos monedas que faltaban.

-... y además he tenido que luchar contra un ser demoníaco que no estab en mis planes y que...

-¡Dale cinco más y que se largue de aquí! -gritó el Blanco a su esclavo.

En todo esto, el Negro estaba estupefacto ante la escena. Nerine se marchó haciendo un breve gesto de cortesía a ambos señores de Fondo Laguna. 





Nota de la disparaletras

Queridos dd.ll., espero que les haya gustado este relato y que les haya recordado a ese libro o saga sobre el mítico héroe de su corazón... Los míos son Rolando de Galaad y el guerrero Nerine que siempre me salva de todas mis pesadillas. Y sí, hay mucha, pero que mucha historia detrás del último kasama ( o "señor del ka") de la región de Camaro. Los demás se extinguieron con la Guerra del Champiñón... (jaja, es sólo una broma de H.A.)

¿Que si este relato y los venideros (sólo si "el jefe" me concede tiempo libre) serán mis Torres Oscuras o mi Señor de Anillos? Humm... no creo. ¿Que si se podrían convertir en esas sagas? Es posible...quién sabe. Quizás sí o quizás no.

Y quién sabe qué le deparará al kasama Shiro y si podrá vengarse de ese maldito mago (ustedes aún no saben nada sobre él...pero yo sí... jajaja secretos de escritor).  O si encontrará el camino que lo llevará al final del claro antes de conseguirlo.



El mago


Cómo la "Soledad" se comía a Roberta


Durmió en bragas y, al amanecer, la piel de sus lunas parecía aterciopelada con la brisa fresca. 

Roberta, la del único pelo, la de una sola cara, la de la misma lengua callada, yacía en su cama. Permanecía en silencio oyendo a las golondrinas chillar. Triste, como una noche sin estrellas o como la soledad. 

No la mires porque no quiere ser criticada. No le hables ya que tu boca se manchará de púrpura.

 

Melocotones and japanese peaches

Cuando como mermelada de melocotón y le paso la lengua al tarrito de plástico blanco que te sirven en los bares me siento como un perrito que lame su cacharro de comida mientras mueve el rabo diciendo “qué bueno” con cara de satisfacción.

Será por ese color naranja, los trocitos dulces de melocotón, la frescura de ese sabor tan característico… no lo sé.

Sólo estoy segura de que esas dosis de mermelada son como caramelos. Son peores que las gominolas, peores que las fresas con nata. Son un trozito de cielo naranja heterogéneo que han envasado en porciones y que todavía saboreo.