lunes, 16 de junio de 2014

Creepygal V

Después de cuatro días encerrada en la habitación, sintió deseos de salir.

Alba tenía un armario variopinto. Iba coleccionando prendas extravagantes que después combinaba sin sentido, consiguiendo un look grotesco y alternativo. Las camisetas psicodélicas eran sus favoritas. Y para ella hacían juego con pantalones cortos brocados o con lentejuelas. Los accesorios no eran más disimulados: gigantescos collares dorados con imágenes de dioses que no eran conocidos, anillos con pinchos, maxibolsos con distintas telas a un lado y al otro (el de esta noche llevaba un rosal en rosa por delante y esparto por detrás), leotardos, chokers atados con lazos y retales colgados de estampados atrevidos como leopardo, taftán y hawaiano.

Alba no hablaba con nadie. Hace años que dejó de comunicarse con la gente. Sólo habría la boca para poner entre sus labios, siempre pintados de lavanda, un cigarrillo. Se colaba en las discotecas y se metía etre la muchedumbre. La gente la empujaba y la pisaba, pero Alba seguía avanzando a lo largo de la pista de baile sin molestarse y fumando. 

Estaba muy delgada. Se alimentaba a base de galletas. Sólo mordisqueba galletitas. Eso sí, las consumía de todas las variedades.  Sus favoritas llevaban frutos secos.

La atropellaron cuando se recogía de la fiesta. El golpe no fue mortal, pero ella se quedó tendida en el asfalto mirando el cielo. Se le antojó demasiado oscuro y cerró los ojos. En el aterrizaje se había roto la nariz y la sangre manchaba su barbilla y su cuello pálidos.  

Se preguntó que a dónde pertenecía ella. Suponía que a ningún sitio. Ni siquiera a sí misma.

Alba, entre la gente, sacando un cigarrillo.

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