Foto de mi querido Adrián Vallesa, autor de "La moral relacionada con la metafísica".
Por fin llegaron a Huelva. El deseo de Andrea por visitar el río Tinto había a arrastrado a Antonio, quien accedió sólo por acompañarla. El viaje en autobús desde Santiago había sido agotador, pero merecía la pena para ver lo ilusionada que estaba ella: las puntas de su pelo rubio, que asomaban por debajo de su gorro mostaza de lana, le acariciaban las mejillas, hinchadas por la radiante sonrisa.
Caminando por el monte de camino al río, Andrea le repitió una y otra vez que echase muchas fotos. Antonio asentía sin decir nada, con la Canon colgada por la correa y apoyada sobre sus brazos cruzados (así no le pesaba tanto).
Andrea se paró de repente. Ya veían las aguas rojizas con reflejos purpúreos. Era impresionante. Parecía que las rocas se habían teñido de naranja por el contacto del agua, que fluía a buena velocidad.
Antonio se quedó maravillado. Se volvió a Andrea, para agradecerle por traerlo a aquel paraíso color vino. Pero no pudo decir nada, los ojos de Andrea estaban fijos en el río. A punto de derramársele las lágrimas, le brillaban los ojos con un tono rojizo.
Entonces se acordó de una clase con su maestro de Ciencias Naturales, hace por lo menos treinta años ya, en la que explicó que existían unas bacterias, las sulfobacterias fotosintéticas, con esta coloración tan peculiar.