sábado, 2 de abril de 2011

Lémur

Mis botas avanzaban levantando polvo cobre mientras la capa azul ondulaba al aire. Él me esperaba vestido de uniforme, con el yelmo gris grafito y el pelo rubio despeinado.


Su lémur intentaba morderle la oreja. El animalillo, con esos ojos tan grandes y abiertos, sonreía  enseñando dos hileras de colmillitos. Acechaba el lóbulo de su amo con aire travieso e inclinaba su cuerpecillo hacia él discretamente. Cuando empezaba a girar la cabeza y a abrir la boca, Marsh giraba la cabeza como un rayo y le chistaba. El monstruito se tapaba la frente con los brazos, tétricamente.

Al mío le había dado por tocarme el cuello con la punta de la lengua. Se tumbaba bocabajo en mi hombro derecho y sacaba la lengua todo lo que podía para tocarme la piel. De reojo veía como torcía los ojos de emoción. Pero jamás le dejaba, con sólo un susurro se tapaba los ojos con esas manitas beige de deditos pequeños y rechonchos.

-No sé cómo tienes tan bien amaestrado a tu bicho. Clark no para de intentar morderme la oreja.

-¿En qué has llegado?

-A caballo. –Giró la cabeza hacia atrás e hizo un ademán. Señalaba a un Appaloosa rojizo y de pelaje lustroso. –Es bonito, ¿eh?

-Debemos partir ya.

Niña curiosa

La niña veía la punta roja de su lengua acercarse al mantel. Era rubia, con el pelo corto, blanca de piel y ojos curiosos y traviesos. Tendría  diez meses. La manzana roja dibujada era su objetivo. Su color luminoso la atraía y la emocionaba.


Sus padres le tenían reñido su afición por lamer, pero le daba igual. Además, estaban entretenidos hablando con sus familiares y comiendo a la misma vez. No se darían cuenta. Cada vez estaba más cerca, poco a poquito descubriría el sabor de la manzana dibujada en el tapete.

La detuvo algo que relució en la corteza de la fruta. Guardó la lengua camaleónica y fijó la vista. Era una escama de pescado, aunque ella, de eso no había oído hablar nunca. La forma pentagonal y los puntitos grises a un lado la envolvieron. Se olvidó por completo de la manzana de tela y pilló la escama con la lengua. La saboreó y la mordisqueó. Su cara se convirtió en una mueca de repugnancia y la escupió. Su madre, que la miraba, le dijo:

-¿Qué haces?

"¡Está salado!"