La niña veía la punta roja de su lengua acercarse al mantel. Era rubia, con el pelo corto, blanca de piel y ojos curiosos y traviesos. Tendría diez meses. La manzana roja dibujada era su objetivo. Su color luminoso la atraía y la emocionaba.
Sus padres le tenían reñido su afición por lamer, pero le daba igual. Además, estaban entretenidos hablando con sus familiares y comiendo a la misma vez. No se darían cuenta. Cada vez estaba más cerca, poco a poquito descubriría el sabor de la manzana dibujada en el tapete.
La detuvo algo que relució en la corteza de la fruta. Guardó la lengua camaleónica y fijó la vista. Era una escama de pescado, aunque ella, de eso no había oído hablar nunca. La forma pentagonal y los puntitos grises a un lado la envolvieron. Se olvidó por completo de la manzana de tela y pilló la escama con la lengua. La saboreó y la mordisqueó. Su cara se convirtió en una mueca de repugnancia y la escupió. Su madre, que la miraba, le dijo:
-¿Qué haces?
"¡Está salado!"
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