sábado, 5 de octubre de 2013

En busca del Sol IV



En busca del Sol:
El muchacho del majestuoso poema japonés.


 Motohiro no hablaba mucho. Más bien sólo observaba con cara de malhumorado cual Grumpy Cat. Por eso, amigablemente y a sus espaldas, sus amigos de caravana lo llamaban "Motogrumpy".  

Su colmo era, naturalmente, la "Sin-nombre". O también denominada "su antítesis". Puesto que no existían dos personas más opuestas: reservado y cauteloso; ruidosa, agobiante, testaruda, irritante, impulsiva, infantil a más no poder y ¡ah!, ¡irritante! Era digno de admiración que Motohiro no dijera ni una palabra ante su sola presencia. Y aún más cuando ella lo picaba intencionadamente. "Sin-nombre" le había cogido manía. No podía soportar su tranquilidad cuando se sumergía en su libreta de poemas.

Poseía un extenso poemario en tapa dura, con un buen capítulo dedicado a Ono no Komachi y otros. A Saito Sanki, Kawabata Bosha ("que los pantalones le hacen bocha", era una de las bromitas de "Sin-nombre"), Nagata Koi e Hino Sojo, entre otros. Es más, él escribia su propia poesía. Bellos versos fluían a modo de tinta, pero jamás acabados. Jamás terminados puesto que siempre les faltaba la palabra final. La palabra que concluiría el poema y que dejaría al lector con un regusto dulce e intenso en la boca.

En tormentoso sueño
me desperté
y la vi a mi lado.
de haber sabido que era un sueño
yo jamás me hubiera
 (traducción del japonés; estrofa extraída de la libreta personal de Motohiro)

En busca del Sol III



En busca del Sol: 

Los trastos de mi caravana


De pequeño Jack no soñaba con ser un guerrero del zodíaco o un pirata, ni con montar a lomos de un dragón y conquistar la galaxia. Él deseaba algo más mundano, algo de todos los días. Quería llegar hasta el Sol.


Para ello, una vez que cumplió los veinte años, preparó su caravana: pantalones, calzoncillos, botas y sus cachivaches. Trastos como su despertador con forma de Stormtrooper de Star Wars, el póster de la última gira de los Kiss y su prisma. A estos enredos se le reunieron otros que fue recolectando a lo largo de su viaje. Como la langosta con sombrero mexicano y camiseta del “Gury’s Tacos”. La divertida (o ridícula, según opiniones) langosta fue un obsequio por zamparse tres burritos y cuatro tacos acompañados generosamente de chili. También le dieron una camiseta idéntica a la de la mascota, sólo que de “tamaño humano” y no “tamaño langosta”. Claro que la tuvo que tirar tres meses después debido al consejo de una vieja novia que ahora no viene a cuento y a una horrorosa mancha de salsa tártara en otro restaurante tampoco digno de mencionar. En fin. 


Así, la parte trasera de la caravana de Jack iba llenándose de trastos. Y de gente. Puesto que durante su camino conocía a otros chicos con increíbles metas como la suya… Además, estos acompañantes se iban contagiando del espíritu de Jack. Ese impulso “ladygagiano” terminaría convirtiéndose en una pasión común, el Sol. 


¡Dios, como necesitaba ese cacharro una limpieza!

En busca del Sol II



En busca del Sol:

El prisma


Jack tenía un objeto muy preciado desde que era un niño. Con tantos años, que casi ni se acordaba del día que se lo dieron. Se lo dio su abuela, fallecida hace tres años dos semanas y tres días. Su querida abuela, con su pelo blanco, corto y con la permanente, tal como cualquier abuelita que se precie. Era un prisma. Una pirámide de plástico trasparente y de unos seis centímetros de altura. 

Y le dijo su abuela Maricruz: “Aquí dentro guardo algo muy preciado de mi viaje al Sol”. Ella bromeaba, pero Jack era un niño de tres añitos que se lo tomaba todo muy en serio, algo que seguía haciendo veinte años después. Jack cogía aquel tesoro por la base, con las yemas de los dedos en los vértices. Le gustaba como los picos de hundían levemente en la piel y como el prisma arrojaba luz sobre su cara. A continuación, lo apoyaba sobre su palma y lo observaba. Lo estudiaba con tal atención…queriendo penetrar con la mirada el prisma para vislumbrar aquello que encerraba… 

Su abuela lo cogió y lo elevó, para que los rayos que entraban por la ventana lo atravesaran. Así le desveló el secreto que perseguiría a Jack durante tantos años: aquello que la abuela se trajo de su viaje al Sol era un rayo de múltiples colores o algo que lo invocaba o... no sabía qué… No importaba… porque eso era lo que “Jakesy” (Maricruz lo llamaba así) iba a descubrir por sí mismo.

 En su libreta mental de investigación, el pequeño Jack apuntó que aquella siniestra y maravillosa luz multicolor recorría la moqueta, pasaba por encima de su zapatilla izquierda y subía por la pared hasta perderse en el universo paralelo del techo.




Queridos dd.ll., lean el primer relato de esta serie. Lo encontraran en el archivo, o navegando por las entradas antiguas del blog.