martes, 31 de diciembre de 2013

Lémur II

Allí estaba la bestia, por fin, en la boca de su cavernosa vivienda. No podía correr ni gritar, eso no era propio de valientes guerreros. Levantó el brazo y lo dobló por encima de su cabeza, sacando su espada. Jamás había brillado tanto la gema de la empuñadura: un fucsia intenso, no, un púrpura incandescente, no, un azul profundo.

 Una vez, cuando era pequeña su padre le contó que tuvo que luchar con la criatura más maléfica de todo el continente. Le dijo que lo que nunca olvidaría no sería el putrefacto aliento del monstruo en su cara, sino cómo brillaba la drusa de su espada.

Levantó la espada de su padre y se vió reflejada en el filo. Por detrás de su reflejo venía la fiera: cada paso hacía temblar la tierra y la cola arrancó un árbol que había en la entrada de la cueva. Podía oír como los animales del bosque huían hacia las montañas. Los conejos chillaban y los ciervos brincaban varios metros. Los topos arrancaban la tierra desesperados.

El Sol arrancó un destello de la gema que fue a parar a la pupila del dragón. Sus ojos atigrados se quedaron mirando fijamente la espada. El dragón de había detenido. Sylvia estaba atónita: movió su empuñadura hacia un lado y luego a otro. Los ojos del dragón la siguió obedientemente. Apoyó la hoja de la espada en la hierba. La criatura empezó a bajar su largo cuello hasta apoyar su cabeza en el suelo. Ella cayó de rodillas y se acercó a gatas hasta él. 

Se atrevió a poner la mano sobre la inmensa cabeza. Al acariciarlo se cortó la palma de la mano con una escama. No le importó. Se puso de pie y se acercó hasta su cuello. Notaba como latía su corazón.

Se subió a su lomo pero no tenía donde agarrarse. Desenrolló la cuerda que llevaba en el cinturón y la pasó alrededor del cuello. Se lió bien los extremos en las manos. Admiró cómo las robustas patas levantaban al animal y cómo se coordinaban para hacer correr a ese descomunal animal. 

Durante el despegue cerró los ojos y no fue capaza de abrirlos hasta que no notó al dragón volar con velocidad constante, manteniéndose sólo con la fuerza de sustentación. Sus cortos cabellos rojizos del flequillo le azotaban la frente y la cuerda empezaba a empaparse de sangre. Sólo podía pensar que si, quizás, el monstruo subiera un poco más alto, podría alcanzar a su padre.


No hay comentarios: