Pero hoy al terminar su paseo, sus zapatos, que siempre los dejaba junto a las rocas, no estaban. Y aún más curioso, cuando al día siguiente iba a dejar las nuevas sandalias en las rocas, los zapatos desaparecidos volvían a estar allí.
-¿Con que los zapatos son tuyos? - Oyó a sus espaldas. Era una mujer de unos sesenta y poco años, rubia y con pamela. - Me llamo Elsa y ayer recogí tus chanclas pensando que alguien se las había dejado olvidadas.
-Hem... ¡oh, gracias....!
-Si las vuelves a dejar ahí, la próxima vez será el agua quien se las lleve. -Dijo con picardía.
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