domingo, 21 de diciembre de 2014

Las pasas

La ensalada de pasta estaba riquísima. Llevaba pasas como a ella le gustaba. Se le antonjaban como pequeños caprichos mientras comía. Como la manzana en los asados o la pera en los guisos. El contrapunto delicioso. Aunque a fin de cuentas, ella agradecía cualquier plato que llevara algo dulce. Porque tenía la concepción de que lo dulce era consuelo. Como la novia desconsolada que devora helado de chocolate.

Carol estaba triste, sí. Últimamente (este último año), estaba siempre deprimida. ¿Por qué? Bueno, eso es difícil de explicar.

Carol siempre iba sola. Ella se enorgullecía de ser una mujer independiente, se las arreglaba muy bien. Era una mujer bastante apañada. No se trataba de eso. Las cuestión era que cuando llegaba a su apartamento, Carol pasaba la tarde acostada en la cama, mirando el techo. Después cenaba un sobre instantáneo de pasta. Y por último, se iba a dormir, abrazada a la almohada ya que no tenía a nadie con quien acurrucarse. Ese era el problema. No tenía con quien compartir sus noches ni quien le cocinara unos macarrones con pesto de verdad.

Pinchando un trocito de jamón york llegó a la conclusión de que, inevitablemente, se moriría sola. No tendría ni siquiera un gato. Llenaban el sofá de pelos. Dejó cuidadosamente el tenedor con el dado de fiambre ensartado junto al plato. Se cruzó de brazos y se quedó mirando a la nada, ensimismada en sus pensamientos.

Empezó a encontrarse mal. Con náuseas. Se notaba palidecer. Deseaba salir de allí. No del restaurante, si no del mundo. Tomar un cohete que la llevara lejos, muy lejos. A otro planeta o a otra galaxia.

¿Está bien? -le preguntaron.

Carol se sobresaltó. Sorprendida se quedó mirando a quien le había echo la pregunta. Era el camarero, que estaba recogiendo las mesas. Pensó en decirle que no, que no estaba bien, que se estaba ahogando, pero logró forzar una sonrisa.

-Es el calor, estoy un poco aturdida -explicó-. 


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