domingo, 20 de noviembre de 2022

 


Querida abuela.

Me has enseñado tantas cosas que no creo que seas mi abuela, creo que eres mi madre. Esta semana cociné albóndigas, tal y como cuando me llamabas para que fuera a tu casa a ayudarte a hacer las bolas de masa. Porque decías que era la mejor haciéndolas, que eran todas muy redondas y del mismo tamaño. Sigo cosiendo, con el hilo doble y usando un punto y atrás, para que mis costuras queden fuertes y no se tuerzan. Gracias por mandarme una manta, siendo aún septiembre. Pero, por favor, abuela, no me vuelvas a soltar esa mentira piadosa de que mi gato Michi se fue con su familia de gatos cuando en verdad lo atropelló un coche. Y espero que no tengas razón sobre Antonio, que por ahora parece un buen chico y no estoy aún preparada para una nueva ruptura.

Abuela, ahora que ya no soy una niña, tengo que decirte algo. No me da miedo envejecer por el paso de los años. Lo que realmente me asusta, ya que se trata de un proceso imparable y de un avance mordaz y cruel, es la degeneración. La degeneración del cuerpo, saber que progresivamente me será más difícil levantarme, caminar... Y la degeneración de la mente. Esa es la más horrorosa. ¿Cómo puede un solo órgano controlarlo absolutamente todo? ¿Incluso mi propia existencia? Cuando llegue el momento, ¿seré acaso consciente, en algún grado, de que mi mente ya no es clara? Espero que no. Espero no estar al tanto de mi propia demencia. Esto no me lo habías enseñado. Yo creía que nuestra piel se arrugaba y nos moríamos y ya está. Que después, si acaso, lo que cada uno quisiese creer. No estaba preparada para verte decaer.

sábado, 14 de marzo de 2020

Anhelo la brisa

Echo de menos a los pájaros. Desde que me vine a vivir aquí ya no les oigo por las mañanas. No sé si es porque no me levanto lo suficientemente temprano para oírlos o porque los coches los asustan. No les gustará esto. No creo que a los gorriones les gusten los contenedores. Sólo hay palomas en esta ciudad. Palomas sucias, que sobrevuelan por encima de tu cabeza, y bajan a la acera para comerse los granos de arroz de algún paquete que se rompió en la puerta del Mercadona.

Me compré una planta ornamental en un mercadillo. No aguantó más de una semana. Estaba pocha, las flores se habían secado. A los diez días en la tierra habían salido motas blancas. Un hongo se la había comido.

En la zona donde vivía antes, mientras andaba me encontraba pequeños mirlos por el camino. Se escondían entre la hierba y al remover la hojarasca, juguetones, oías el ruidito de sus patitas rascar la tierra en busca de semillas e insectos.

Anhelo la brisa fresca.

viernes, 19 de junio de 2015

Dos MR sobre piropos lanzados desde coches


MR nº 13
Marta arrastraba su maleta. Odiaba ir cargada de esa manera, pero era lo que tocaba, ¿no? Llegó al sitio donde había quedado con Andrés y se sentó en la acera a esperarle. Mientras fumaba, se distrajo mirando los bajos de su camisa de flores. Había sido un regalo de su madre: de fondo blanco con rosas rojas y violetas.

No oyó al coche pararse y cuando le hablaron no reaccionó de inmediato. Era un Mercedes descapotable blanco con dos chicos jóvenes. Le preguntaron que si quería que la llevaran a algún sitio. Marta, por la sorpresa, sólo pudo negar con la cabeza. Los muchachos le sonrieron y siguieron su camino. "¡Pero qué tíos más raros!", pensó Marta.

Por fin llegó Andrés con su pequeño Ford gris. Se dieron un par de besos y él la ayudó con la maleta.




MR nº 23
Elena esperaba a Martín en la esquina de la calle. Habían quedado en que la recogería con el coche.

 Miraba su móvil cuando pasó un pequeño coche negro. En él iban cuatro muchachos que llevaban las ventanillas bajadas y caras de tontos. Al pasar, el vehículo aminoró la marcha, y el que iba de copiloto le soltó un “¡guapa!” que resonó en toda la calle.

La muchacha, sobresaltada, levantó la mirada de la pantalla y la volvió a bajar en un intento de ignorarlos.

El coche pasó y al poco llegó Martín, que se apeó a por su equipaje.




viernes, 5 de junio de 2015

Los pájaros grises (MR nº 10)


Sus rasgos eran ordinarios; a excepción de unos ojos grises, a los que parecía que les habían hecho dos agujeritos y la tinta se había derramado, decorados por un ribete dorado de lápiz de maquillaje. 

Caminaba con pesadez, sin pensar en nada y sin mirar al frente. Sólo observaba la tierra cubierta de hojarasca y hierbas. Oyó a algún animalillo corretear. Se fijó mejor y descubrió a un pajarillo que más bien parecía un cuervo enano. Sus plumas eran negras, pero no brillaban, parecían desteñidas. Y lo más interesante: tal como ella hacía con el delineador dorado, el ave resaltaba su carencia de belleza con un hermoso pico naranja. Aquel intenso tono butano resaltaba entre tanto negror. La chica no apartó la mirada hasta que el pájaro la interrogó con sus ojillos vidriosos.

miércoles, 15 de abril de 2015

Sobre enfermedades en las mariposas de la seda, un investigador japonés e insecticidas microbiológicos


Las mariposas estaban tristes. El muchacho las veía desde su ventana. Caían de las ramas de la morera al suelo. Se quedaban estupefactas por el impacto y, al rato, intentaban echar a volar, extendiendo y plegando las alas. También caminaban desorientadas entre la hierba, moviendo las patas pesadamente. Por último, cerraban los ojitos por el cansancio y se quedaban muy quietas.  Su cuerpo era deshecho por la hormigas, que se llevaban pedacitos del tórax para sus reservas de invierno.  Las orugas en cambio se retorcían sin parar.

El muchacho salió al patio. Se acercó al pie de la morera, intentando no pisar las mariposas recién caídas. Miró hacia arriba, las hojas y las moras estaban intactas, pero en algunas ramas había un polvillo blanco y denso. 

Dos días después, llegó a la zona un hombre con un traje de lino blanco. Al muchacho le encargaron acompañarle a las moreras del pueblo, para enseñarle el polvillo extraño que había encontrado. El investigador recogió de varios árboles muestras de aquel polvo con un bastoncillo y se marchó sin dar explicaciones a los vecinos preocupados por la producción de su seda. 

1901, Shigetane Ishiwata vio en su laboratorio que aquel polvo era en realidad una colonia de bacilos. A aquellos microorganismos que estaban causando la repentina muerte de Bombyx mori los llamó Sottokin, "sudden death bacillus". Ishiwata observó que la patología no se debía sólo a la ingesta del bacilo, sino que éste producía un toxina. 

El investigador no completó la caracterización de la toxina. Catorce años después, en Alemania, el biólogo Ernst Berliner describió al microorganismo como Bacillus thuringiensis, el cual estaba afectando a las polillas de la harina, Anagasta kuehniella




Referencia: Bacillus thurigiensis Biotechnology, chapter 1.2. (Google books: https://books.google.es/books?id=9Id8AT4IDgoC&lpg=PA4&ots=HetdMxBvbm&dq=ishiwata%201901&hl=es&pg=PP1#v=onepage&q&f=false)



sábado, 21 de marzo de 2015

La lluvia y los pájaros

Hoy ha amanecido lloviendo. Los gorriones no han podido salir de sus nidos. Como no he oído su gorjeo, no me he levantado de la cama. Más tarde me ha despertado el gato, maullando, porque no podía salir a pasearse y porque echaba de menos a los pájaros.

domingo, 22 de febrero de 2015

Rojo purpúreo


Durante la tarde que precede a un día ventoso, las nubes se vuelven de color naranja
En el fondo del río Tinto (Huelva) viven las rhodobacterias, capaces de metabolizar el azufre; y tiñen el agua y la tierra de color vino. En la bahía de San Francisco están las balsas de evaporación de las que se obtiene sal y su color rojo purpúreo se debe fundamentalmente a las bacterioruberinas y la bacteriorrodopsina de una arquea. Por otra parte, los egipcios no se pueden bañar en las aguas del lago Hamara por las deposiciones de natrón.
Pisar el suelo cristalizado de la cuenca del Valle de la Muerte, la zona más seca y caliente de Norteamérica. Visitar el desierto salado de Chile y deshacer con los dedos un puñado de sal. Pisar descalzo el Gran Lago Salado de Utah.
La quietud de la noche, cuando sólo pasean los murciélagos, los búhos y las polillas.