-Pero... ¿qué haces? - Preguntó la muchacha en un susurro y con un tono desganado.
-Besarte, hermosa Julieta. -Le contestó el hombre. -Sentir que depositas en mis labios el pálpito que nunca recogerá tu amado. Y, al hacerlo, yo lo llamo estúpido puesto que te miró y no supo verte. -A él esas palabras no le sonaban a cliché.
La besó, pero no sintió la respuesta de Julieta. Ella, cabizbaja, seguía azulada y triste. La compadeció y la estrechó aún más fuerte, sintiéndose dichoso de jamás haber estado enamorado.
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