Manises se despertó de la siesta y se estiró. Andrea puso la mano en su lomo arqueado y al gato le pareció bien una sesión de caricias. Así que éste se acomodó en el hueco de la cadera de Andrea y dejó que su ama paseara los dedos por su pelaje.
Andrea pensaba sobre el color del pelo de los gatos. Había leído que, por ejemplo, los gatos siameses no tenían las orejas y el rabo negros y el resto del cuerpo blanco por casualidad; sino que se debía a que el gen que expresaba la pigmentación estaba regulado por la temperatura. Por tanto, en las zonas más frías se expresaba más y se producía melanina.
Pero Andrea aún se preguntaba por qué sólo las gatas podían ser de tres colores. También sentía curiosidad por las características de Manises: todo blanco como la nácar si su madre era una preciosa gata del color del betún.
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