martes, 25 de marzo de 2014

Kai Jing II: Tres gatitos blancos (MR nº 18 -ampliado-)


Sabía que Kai Jing me quería. Y yo le amaba y estaba esperándole. Estaba sentada junto a la ventana, consiendo para matar el tiempo de la desesperante espera. Cuado oí el ruido de la grava revuelta, dí un respingo y sentí la piel de los brazos helada. Me costó dejor la aguja y la tela a un lado, porque mis dedos no respondían a mis órdenes.

Vino el martes pasado y me lo confirmó. Me dijo palabras preciosas y a mí me pareció que hablaba el idioma de las estrellas fugaces. Su piel, suave como el mejor terciopelo, olía a cítricos: una mezcla de azahar, hierba de limón y pomelo. El aroma que aún hoy en día hace que mi mente se enturbie y que yo desaparezca momentáneamente de este mundo.

Volvió el jueves y esta vez llevaba un cesto en su bicicleta. Lo bajó y lo puso a mis pies.

-Los he encontrado en mi jardín: la gata del vecino ha criado bajo los setos.-Bajó la mirada y en un susurro confesó:- Pensé en tí.

Me agaché y desabroché el cierre dorado. Abrí la tapa, sintiendo la caricia del mimbre en mis dedos y la estupefacción que el inesperado regalo me producía. Dentro, acomodados en suaves sábanas de algodón recio, había tres gatitos blancos.  Al principio no pude adivinar qué eran esos montoncitos de pelo,  ya que su pelaje de nácar era perfectamente confundible con las sábanas. Uno de ellos me miró con sus ojillos azules y maulló con un plañido agudo, estirando los bigotes en una mueca que mostraba toda su cavidad bucal. Sólo uno de ellos tenía las orejitas negras y otro, el rabo rayado. Con los ojos anegados de lágrimas miré a Kai Jing. A través de la pantalla de mis lágrimas, sólo llegaba a adivinar su conjunto blanco de lino y su pelo negro, fino como la seda.

Él tomó dos de los gatitos y los puso en mi regazo.

-Jamás te sentirás sola.

Entonces, mirando al tercer gato que había quedado en la cesta, me dí cuenta de que aquellos animalitos iban a durar más a mi lado que Kai Jing.


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