martes, 25 de marzo de 2014

Kai Jing

Este es un fragmento de un libro que me gusta mucho y que ahora mismo me estoy releyendo. Creo que jamás olvidaré las palabras tan bellas que usa Amy Tan para relatar cómo LuLing conoce a Kai Jing. Quiero compartirlas con vosotros. Son unos párrafos maravillosos. 

El libro se titula La hija del curandero y fue publicado en 2001.

Espero que os guste.
 
Desde "El lenguaje de las estrellas fugaces"
 
 
 

...Entonces yo también había cambiado: había dejado de ser ayudante para convertirme en maestra, y la niña solitaria de antaño estaba ahora enamorada del hijo del maestro Pan.


Nuestra historia comenzó de la siguiente manera:

Todos los años, durante el pequeño Año Nuevo, las alumnas pintaban bandas con pareados de la buena suerte para la feria de la Boca de la Montaña. Un día yo estaba en el aula con el maestro Pan y otras alumnas, pintando los largos carteles rojos que cubrían los pupitres y el suelo.

Como de costumbre, Kai Jing llegó en su bicicleta para recoger a su padre. El suelo de la colina de Hueso de Dragón estaba helado, así que Kai Jing dedicaba la mayor parte de su tiempo a dibujar diagramas, escribir informes y hacer maquetas de los sitios donde habáin descubierto huesos. El día en cuestión, Kai Jing llegó temprano, y el maestro Pan no estaba preparado para irse. De manera que el joven se ofreció a colaborar con la pintura de los carteles. Se colocó a mi lado, y yo me alegré de recibir ayuda.

Pero entonces vi lo que estaba haciendo: copiaba todos los ideogramas o figuras que yo dibujaba. Si yo escribía "suerte", él escribía "suerte". Si yo escribía "abundancia", él escribía "abundancia". Si yo escribía "todo lo que deseaba", el pintaba lo mismo, trazo a trazo. Lo hacía a un ritmo prácticamente idéntico, de manera que parecíamos dos personas bailando. Así nació nuestro amor: la misma curva, el mismo punto, el mismo movimiento del pincel mientras nuestras exhalaciones se fundían en una sola.

Pocos días después, las alumnas y yo llevabamos los carteles a la feria. Kai Jing me acompañó y comenzó a hablar en murmullos mientras caminaba a mi lado. En las manos llevaba un pequeño libro de pinturas hechas sobre papel de morera. En la tapa se leía: Las cuatro manifestaciones de la belleza.

-¿Te gustaría ver lo que hay dentro? -preguntó.

Cualquiera que nos oyera habría pensado que hablábamos de lecciones de la escuela. Pero hablábamos de amor.

Volvió una página.

-En cada forma de la belleza hay cuatro niveles de talento. Ocurre en la pintura, la caligrafía, la música y la danza. El primer nivel es la competencia. -Mirábamos una página en la que había dos dibujos idénticos de un bosquecillo de bambúes, una pintura típica, bien hecha, realista e interesante por los detalles de dobles líneas, una imagen que expresaba las ideas de la fuerza y la longevidad-. La competencia -prosiguió- es la habilidad para dibujar algo una y otra vez con los mismos trazos, la misma fuerza, el mismo ritmo y la misma sinceridad. No obstante, esta clase de belleza es corriente.

>>El segundo nivel -prosiguió Kai- es la excelencia. -Comtemplamos otro dibujo de varios tallos de bambú-. Éste va más allá de la competencia. Su belleza es única. Y sin embargo es más sencillo que el otro, hace menos hincapié en los tallos  y más en la hojas. Expresa a un tiempo fuerza y soledad. El pintor menor es capaz de captar unade estas cualidades, pero no la otra.

Volvió la página. La ilustración siguiente era un solo tallo de bambú.

-El tercer nivel es lo divino -dijo-. Las hojas son ahora sombras mecidas por un viento invisible, y el tallo sólo es perceptible como una sugerencia de lo que falta. Sin embargo, las sombras está más vivas que las primeras, pues aquéllas tapaban la luz. La persona que ve esto no tiene palabras para describir cómo lo han hecho. Por mucho que lo intente, el pintor no podrá volver a captar el sentimiento de esta pintura, sólo una sombra de la sombra.

-¿Cómo es posible que la belleza sea algo más que divina? -pregunté, sabiendo que pronto oiría la respuesta.

-El cuarto nivel -explicó Kai Jing- es superior a éste, y todo mortal tiene en su naturaleza la capcidad de hallarlo. Sólo podemos percibnirlo si no intentamos percibirlo. Se manifiesta sin motivación ni deseo ni conociemiento del posible resultado. Es puro. Es lo que tienen los niños inocentes. Es lo que los viejos maestros recuperan cuando han perdido la razón y vuelven a ser niños.
Volvió la página. En la siguiente había un óvalo.

-Esta pintura se llama En el interior de un tallo de bambú. El óvalo es lo ves si estás dentro, mirando hacia abajo o hacia arriba. Es la simplicidad de estar dentro, sin razón ni explicación para ello. Es la natural fascinación ante el descubrimiento de que otdas las cosas guardan relación con otras, un óvalo de tinta con una página en blanco, una persona con un tallo de bambú, el espectador con la pintura.
Kai Jing hizo una larga pausa.

-El cuarto nivel se llama espontaneidad -dijo por fin. Guardó el libro en el bolsillo de su chaqueta y me miró con expresión pensativa-. Últimamente detecto esta belleza de los espontáneo en todas las cosas. ¿Y tú?

-Yo también -respondí, y me eché a llorar.

Porque los dos sabíamos que hablábamos de la espontaneidad con que uno se enamora como si dos tallos de bambú se inclinaran el uno hacia el otro empujados por un viento caprichoso. Entonces nos inclinamos el uno hacia el otro y nos besamos, perdidos en el invisible reino de nuestra unión.


Kai Jing y yo probamos por primera vez el placer prohibido en una noche de verano iluminada por una brillante luna. Nos habíamos escondido en un trastero situado al fondo de un pasillo, lejos de la vista y los oídos de los demás. Yo no sentía vergüenza ni sentimiento de culpa. Me sentía audaz y renovada, capaz de nadar por el cielo y volar a través de las olas. Y si aquello traía mala suerte, que así fuera. Yo era hija de Tita Querida, una mujer que tampoco había podido controlar sus deseos y por eso me había concebido a mí. ¿Qué podía haber de malo en ello, cuando la piel de la espalda de Kai Jing era tan suave, tan cálida, tan fragante? ¿También estaba mal sentir sus labios en mi cuello? Cuando desabotonó la espalda de mi blusa y ésta cayó al suelo, yo ya estaba condenada, y me alegraba de ello. Luego cayó el resto de mi ropa, prenda a prenda, y sentí que me volvía más ligera y oscura. Él y yo éramos dos sombras negras y etéreas que se doblaban y se fundían, débiles y feroces a la vez, ingrávidas, ajenas a todos los demás... hasta que abrí los ojos y descubrí que había una docena de personas mirándonos.

 Kai Jing rió.

-No, no, no son reales. -Tocó una de ellas. Eran las imágenes del infierno restauradas y convertidas en Feliz Navidad.

-Son como el público de una ópera mala -dije-; no parecen complacidos.

Estaba la Virgen María con la boca abierta en mudo grito, los pastores con las cabezas puntiagudas y el Niño Jesús, con los ojos saltones como los de un sapo. Kai Jing cubrió la cara de María con mi blusa y la de José con mi falda. El Niño Jesús se quedó con mi enagua. Acto seguido, Kai Jing colocó su ropa sobre los Reyes Magos y volvió a los pastores de espaldas. Cuando todos quedaron mirando a la pared, me ayudó a acostarme sobre la paja y una vez más nos transformamos en sombras.
Pero lo que sucedió a continuación no fue como un poema o una pintura del cuarto nivel. No éramos como la naturaleza, tan maravillosamente armoniosos como la tupida copa de un árbol contra el cielo. Habíamos previsto algo semejante, pero la paja nos raspaba la piel y el suelo apestaba a orina. Cuando una rata salió de su agujero, Kai Jing se separó de mí y accidentalmente derribó al Niño Jesús de su cuna. El monstruo de los ojos saltones yacía a nuestro lado como si fuese un hijo de nuestro amor. Entoces Kai Jing se levantó y encendió una cerrilla para buscar a la rata. Al azar la vista y ver sus partes íntimas, supe que ya no estaba poseído. También noté que tenía garrapatas en el muslo. Un instante después, él señaló tres en mi trasero. Me incorporé de un salto y empecé a sacudirme para librarme de los bichos. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar ni reír mientras Kai Jing me inspeccionaba y quemaba las garrapatas con la cerilla. Cuando retiré mi falda de la cabeza de María, se me antojó que se alegraba de que estuviese avergonzada a pesar de que no habíamos satisfecho nuestros deseos.

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