viernes, 16 de diciembre de 2011

Quiero un café

Quiero un café. Un café negro como la noche. Sin leche, sin azúcar…
Que sea largo, por favor. Y si usted tiene la amabilidad, sírvamelo en una taza de los Beatles. Aunque no escuche su música, me gusta desayunar con ellos.
¿Tiene un poco de mermelada amarga de naranja? Marmalade? Es para mi tímida tostada, no se atrevía a decírselo…

http://primerospensamientos.blogspot.com/

Erase una vez, una chica de pelo pajizo demasiado petarda y su gorda colega… eran unas chifladas de cuidado, créeme. Yo las vi por los pasillos mordiéndose y empujándose.

jueves, 8 de diciembre de 2011

En busca del Sol

Este es el primero de los relatos sobre un grupo de singulares jóvenes. Cada uno de ellos va buscando el sentido de su particular vida: uno descubrirá que un nombre no dice nada sobre tu identidad, el otro quiere sacar de su mente el comiezo de su poema a base de decir frases sin sentido, otro si las flores cambian de olor según su humor y la razón profunda de ello... Pero todos ellos tendrán un objetivo en común al cruzarse en su camino con Jack: el Sol.

En busca del Sol:
con Jack al volante y la "Sin-nombre" al lado.

La carretera estaba desierta y el asfalto brillaba bajo los rayos del Sol. La furgoneta avanzaba a 70km/h. Dentro de ella se escuchaba “Born this way” a todo volumen. El conductor, un hombre de entre 25 y 30 años, la cantaba apasionado con una voz que espantaba a los pájaros. Vestía una camiseta de manga corta de algodón marrón que caía ancha desde sus hombros, y unos vaqueros sucios y raidos. Al cuello llevaba dos colgantes de cordón negro: un elefante de cuarzo blanco y una pluma azul y beige. Su pelo era corto y castaño claro, muy enmarañado, y en su rostro lucía unos bonitos ojos turquesas separados por una nariz prominente.
Había bajado ambas ventanillas y comía panchitos y nachos. En el retrovisor se mecía colgada una flor de plástico rosa.
A lo lejos, vislumbró algo que relucía. Era el cabello rubio de una chica que hacía la señal de stop. El muchacho no evitó pararse. A través de la ventanilla del copiloto vio que las únicas posesiones de la chica eran una mochila naranja fosforito y lo que pudiera contener. Lo saludó con la mano y dijo:
- Me llamo América, pero algún día se me olvidará. ¿Recordarás mi nombre por mí cuando eso suceda?
- ¿Cuando suceda qué? -Contestó él alarmado.
- Cuando no recuerde quién soy.
- Bueno…si quieres… -dijo en tono pasota.
- ¡Sí quiero!- gritó América dando un salto y con los ojos muy abiertos.
- No te vas a casar conmigo… ¿o sí? –preguntó el chico, arqueando una ceja y acercándose a ella.
- Bueno… si quieres…
Ella abrió la puerta del automóvil y montó dentro. Acomodó la infantil mochila entre sus pies y se abrochó el cinturón. Se giró hacia él y le dedicó una gran sonrisa. Además, el cinturón le ceñía entre los pechos.
Una chica agradable, pero…
- ¿Quién te ha invitado a subir? –dijo él, borde.
- Nadie…quiero decir…ninguna persona. -Meditó mirando al vacío con los ojos muy abiertos.- O perro, o gato, o margarita. –Miró la flor. Su rostro cambió de expresión. Ahora ponía ojitos de cachorrito con una boca seria.- ¿Es que acaso no te apetece llevarme a ningún sitio?
No tenía contestación. Pisó el embrague y abandonó la cuneta. Sonaba “The Fame”.
- ¡Eres un maleducado! –Gritó ella al rato.- ¿Cómo coño te llamas?
- No creía que soltabas tacos. –Con esa pinta de niña pequeña…
- Encantada, No-creía-que-soltabas-tacos. –Le tendió la mano.- Yo me llamo Hinata.
- No, mujer, me llamo Jack.
- Encantada, Jack. Yo me llamo Victoria. Por cierto, ¿recordarás mi nombre por mí cuando se me olvide?
- ¡Ya te he dicho que sí!
- ¡Mentira cochina! –Volvió a gritar enfurecida dando botes en el asiento.- Me has dicho “bueno…si quieres…” –Lo imitó a la perfección, entrecerrando, incluso, los ojos.


sábado, 3 de diciembre de 2011

Té verde y pelo rojo


Cogió un cazo del armario, lo puso al fuego y se preparó una infusión. Una infusión azul violácea en la que se podía ver el fondo de la taza.

Esta madrugada no bebió su ordinario café negro porque anoche aborreció a su cafetera parlante.
Resulta que le dijo que tuviese cuidado durante las mañanas frescas, ya que venían petirrojos de mil colores a posarse en sus orejas y le robaban sus circonitas. Le aconsejó que tirase la botella casi llena de leche semidesnatada, que llevaba en el frigo dieciocho meses. También le sugirió que dejara de morderse los nudillos hasta hacerse sangre mientras reflexionaba.

Y ella se lo tomó muy mal. Tan mal, que metió una pastilla de chocolate de postres troceada en un bol al microondas, les sirvió quinientos gramos de copos de maíz y estuvo comiendo hasta las once de la noche.

Le dio un sorbito al té. Miró el collar de estrellas grises que pendía del picaporte del armario de los platos fluorescentes. Hoy se lo iba a poner.

Cuando solo quedaban los posos verdes esmeralda, se levantó de la mesa y se fue a su cuarto a vestirse. Se puso una camiseta blanca con manchas marrones, chaquetilla vaquera de media manga vaquera y medias negras. Encima del panty, los pantalones negros cortos que no llegaban a tapar el tatuaje de su muslo, y botas moteras.

Cruzó el pasillo y entró en el baño. Frente al espejo, admiró su salvaje melena. Se pintó los labios rojos como su pelo y la raya de los ojos negra como el cabello natural que empezaba a asomar bajo el tinte.
Salió del piso con dinero en el bolsillo y el collar en la mano.

Anduvo durante tres horas hasta el centro de la ciudad. La gente iba atareada y estresada con sus móviles. Ella no. Ella caminaba lentamente y contemplando cómo sus botas aplastaban las baldosas. Iba en su mundo, el único lugar donde veía el cielo de color de rosa.

Por fin levantó la vista y halló un supermercado. En su mente saltó un interruptor.

Bamboleándose llegó al pasillo de las gominolas. La cajera, al verla sacar de la cestita tantas bolsas de chucherías, la miró sorprendida. “Asquerosa” pensó mi carismática chica.

Siguió paseando por las calles, parándose en todos los escaparates y quioscos. Se comió todas las chuches una a una.

El tiempo dio paso a la noche y ya se dirigía en dirección a su apartamento. Pero antes de volver a su fría casa con sus muebles llenos de polvo, se paró en un parque vacío. Allí, ni siquiera por el día, acudían ya niños.

Se subió a la barandilla que cercaba el recinto. Jugueteó con sus pies y empezó a sentirse algo parecido a bien.

Miró al cielo, donde las estrellas no eran hostiles con ella. Se dejó caer hacia atrás colgándose con las piernas y agarrándose a la baranda.

Iba a perdonar a la cafetera.

martes, 22 de noviembre de 2011

¿Sabías que los locos verdaderos se tiran a los lagos? Prefieren morir ahogados (muerte que, por cierto, es la más hermosa) en el anonimato  a procurarse un dolor físico. El morbo de esta última llama a la gente, los “normis”, los “no locos”. ¡Bendita curiosidad!, exclaman sus ojos. Y los dementes rabian al verlos. Yo observo un odio mutuo, ¿podría ser? No estoy seguro. Pero no nos desviemos del tema. Los locos se tiran a los lagos porque les atrae el verdor del agua una vez sumergidos. Y miran hacia arriba, hacia los rayos de sol que se cuelan, dándote la despedida.

domingo, 5 de junio de 2011

Bajo la sombra del pabellón permanecía sentado en el banco. Sin levantar la cabeza, mantenía las manos unidas y los codos sobre sus rodillas. Miraba al suelo con aire pensativo y misterioso. Daba la sensación de que cuando apartaras la vista y volvieras a mirar ya no estaría allí sentado. Sino que se habría esfumado.

Parece de película. Desde mi perspectiva, tras la ventana de la clase, en primer plano se encuentra un árbol de denso follaje. Le veo de lejos.

¿Qué estará pensando? ¿Por qué razón estará allí?

Es un chico joven de tez oscura, quizás marroquí, desde aquí no te lo puedo asegurar. Pero ha llamado enormemente mi atención...

sábado, 2 de abril de 2011

Lémur

Mis botas avanzaban levantando polvo cobre mientras la capa azul ondulaba al aire. Él me esperaba vestido de uniforme, con el yelmo gris grafito y el pelo rubio despeinado.


Su lémur intentaba morderle la oreja. El animalillo, con esos ojos tan grandes y abiertos, sonreía  enseñando dos hileras de colmillitos. Acechaba el lóbulo de su amo con aire travieso e inclinaba su cuerpecillo hacia él discretamente. Cuando empezaba a girar la cabeza y a abrir la boca, Marsh giraba la cabeza como un rayo y le chistaba. El monstruito se tapaba la frente con los brazos, tétricamente.

Al mío le había dado por tocarme el cuello con la punta de la lengua. Se tumbaba bocabajo en mi hombro derecho y sacaba la lengua todo lo que podía para tocarme la piel. De reojo veía como torcía los ojos de emoción. Pero jamás le dejaba, con sólo un susurro se tapaba los ojos con esas manitas beige de deditos pequeños y rechonchos.

-No sé cómo tienes tan bien amaestrado a tu bicho. Clark no para de intentar morderme la oreja.

-¿En qué has llegado?

-A caballo. –Giró la cabeza hacia atrás e hizo un ademán. Señalaba a un Appaloosa rojizo y de pelaje lustroso. –Es bonito, ¿eh?

-Debemos partir ya.

Niña curiosa

La niña veía la punta roja de su lengua acercarse al mantel. Era rubia, con el pelo corto, blanca de piel y ojos curiosos y traviesos. Tendría  diez meses. La manzana roja dibujada era su objetivo. Su color luminoso la atraía y la emocionaba.


Sus padres le tenían reñido su afición por lamer, pero le daba igual. Además, estaban entretenidos hablando con sus familiares y comiendo a la misma vez. No se darían cuenta. Cada vez estaba más cerca, poco a poquito descubriría el sabor de la manzana dibujada en el tapete.

La detuvo algo que relució en la corteza de la fruta. Guardó la lengua camaleónica y fijó la vista. Era una escama de pescado, aunque ella, de eso no había oído hablar nunca. La forma pentagonal y los puntitos grises a un lado la envolvieron. Se olvidó por completo de la manzana de tela y pilló la escama con la lengua. La saboreó y la mordisqueó. Su cara se convirtió en una mueca de repugnancia y la escupió. Su madre, que la miraba, le dijo:

-¿Qué haces?

"¡Está salado!"

lunes, 17 de enero de 2011

Papelitos amarillos

Papelitos amarillos


Alejandra le hizo un regalo muy bonito a Cati para el amigo invisible. Le compró una libreta pequeñita muy mona de Sfera con un gato negro vestido de enfermero, graciosísimo, con su mascarilla y todo; y también una tableta de Milka y golosinas.

Lo mejor fue el esmero que puso al liar el presente. Ese día yo estaba con ella y le pasaba las tiras de cinta adhesiva.

Verás, primero puso la libretita, las chucherías y la chocolatina en una caja blanca que ya me había llamado la atención cuando entré en su cuarto. Después, se dispuso a liarla con un papel verde brillante. No había suficiente. Me miró y me dijo en silencio: “¡mierda!”. Estuvo durante cinco minutos buscando en la guardilla otro papel  de envolver. Mientras, yo miraba la cajita escuchando el ruido de los cartones y plásticos revolviéndose a mi espalda.

Alejandra volvió con papel fucsia y una mochila de peluche. La observé en silencio como se sentaba en el suelo, liaba el regalo, y, finalmente, sacaba una cinta lila por la cremallera de la oveja.

-Si quieres un regalo tan mono, ya sabes a quien le tienes que tocar el año que viene.

Hizo un lazo y me pasó el paquete. Cogí aquella lindeza y lo metí en mi bandolera de los Kiss. Yo debía entregársela al tutor para que recibiera el regalo Cati. Mi compañera Alex sabía que no asistiría ese martes porque estaría de viaje.

Llegué a mi casa con el bulto en el bolso. Lo saqué y lo metí en la bolsa del regalo que yo había comprado. Pensé en lo que me había dicho mi amiga. Y no era tan mala idea.

Pero, ¿cómo conseguir que coja el papel con tu nombre aquel que quieres?

Fácil, folios de colores.

¿De qué color? Ahí estaba el problema.

Porque si es rojo, destacaría mucho y lo cogerían antes que ella y el rosa no me gusta.

¿Y si es azul? Podría pasar desapercibido entre las líneas y recuadros del resto de los papelitos. Y con el verde seguramente pasaría lo mismo… 

En la cama, seguí meditando el tono de mi papelito personalizado. ¿Y amarillo? Amarillo claro. ¿Quién va a coger un papel amarillo? ¡Alejandra!

Fantaseé con mi futuro regalo con lazo típico americano. El año que viene será. Y el curso que viene es… primero de bachillerato… ¡oh, no! Alejandra se va meter en letras, y yo voy directa a ciencias…

¡Adiós libreta de gato!

¿Dónde abandonaste a tu inocencia?

-¿Dónde abandonaste a tu inocencia?


No sé porqué me sorprendió tanto, que los niños hagan eso, es un tópico. Supongo que verla hace un instante chupando la golosina, con su flequillo castaño tapándole la frente y el lazo de tweet a un lado, hizo que pensara que era una santa. O quizás fuese por el corte de la situación o porque no me lo esperaba.

Yo, más golosa que las crías, entré a comprar chucherías en la tienda de la esquina. A la mayor, Ana, le compré una piruleta redonda de colores, a la pequeña una chocolatina y para mí, fruta deshidratada.

Íbamos de compras. Es agradable ir con ellas, son una grata compañía y me ayudan. Al salir nos encontramos con mi compañero de trabajo y su pareja. Nos paramos a hablar con ellos. Cogida de la mano tenía a mi hija mayor, que tiene siete años, y esta a la pequeña de cinco.

En un momento que me distraje un poco, vi que la novia de Miguel miraba divertida a las niñas. Le sonreí y dirigí la mirada a mis hijas. Eli tenía la piruleta de colorines en la frente pegada. Ana me miró con esa mirada entre no he roto un plato en mi vida e incredulidad. Le dije que dónde dejó la inocencia de los lacitos.

Saqué el paquete de toallitas del bolso. Despegué el caramelo, le di un bocado, se lo pasé a la otra niña y limpié con esmero el caramelo pegajoso. Me costó muchísimo. ¡Usé tres toallitas! Las dos primeras se quedaban pegadas al caramelo.

Me despedí con las mejillas ruborizadas.